Editor en La Ecuación Digital. Analista y divulgador tecnológico con…
La inteligencia artificial (IA) está configurando una nueva arquitectura para la salud, el deporte y la accesibilidad. Más allá de los titulares sobre chatbots y automatización, se consolida un enfoque emergente centrado en el individuo: la salud personalizada, la prevención antes que la intervención, y la tecnología como interfaz directa entre el cuerpo humano y los sistemas de decisión. La cumbre AI for Good 2025 de la UIT (Unión Internacional de Telecomunicaciones), presentada esta semana en Ginebra, evidencia un giro estratégico en esta dirección.
Uno de los temas clave es la aplicación de IA en la anticipación del deterioro físico y cognitivo, lo que implica cambiar la lógica de intervención clínica reactiva por una de monitorización continua y adaptación preventiva. Esta transformación no se limita a escenarios hospitalarios: afecta al deporte de alto nivel, al diseño de prótesis biónicas y a la inclusión educativa de personas con diversidad funcional. El horizonte tecnológico ya no apunta solo a curar, sino a mantener.
IA preventiva: del diagnóstico al mantenimiento humano
En el núcleo de esta evolución se sitúa un concepto recurrente: adelantarse a “la primera enfermedad”. La cardiología y el deporte de élite ofrecen un campo de pruebas especialmente fértil para este planteamiento. Leslie Saxon, directora del USC Center for Body Computing, sostiene que monitorizar constantemente a personas sanas permite detectar patrones anómalos mucho antes de que se produzcan eventos clínicos críticos, como una arritmia o una lesión de alto impacto.
La integración de redes neuronales y dispositivos conectados –smartphones, wearables, sensores biométricos– permite capturar señales fisiológicas, cognitivas y ambientales en tiempo real. Según Saxon, esto está permitiendo construir modelos de “medicina de precisión” que consideran no solo variables médicas, sino también sociales y económicas: desde la exposición térmica hasta los niveles de estrés, pasando por el historial socioeconómico de cada individuo.
Este tipo de enfoque no sustituye al sistema médico tradicional, pero introduce una nueva capa de análisis y acción: la del mantenimiento continuo del rendimiento físico, cognitivo y emocional. Lo que en el pasado se limitaba a deportistas profesionales empieza a extenderse hacia sectores civiles, como pacientes crónicos o trabajadores en entornos de alta exigencia.
Prótesis inteligentes y adaptación funcional: el factor usuario
Otro vector crítico en esta evolución tecnológica es la interacción entre las soluciones basadas en IA y los usuarios con discapacidad. Lejos del discurso utópico, varias voces desde el ámbito del deporte paralímpico insistieron en la necesidad de que el diseño tecnológico se haga con los usuarios, no para ellos.
Charlotte Henshaw, deportista con doble amputación, relató cómo su experiencia con prótesis motorizadas no fue inicialmente positiva: lejos de ofrecer mayor autonomía, le generaron una sensación de pérdida de control. “Para mí, la clave fue ajustar la tecnología a lo que yo realmente necesitaba, no a lo que se suponía que debía querer”, explicó.
Esta visión fue compartida por Tilly Lockey, usuaria de prótesis biónicas desde los tres años. Lockey colabora desde hace una década con la empresa británica Open Bionics para probar prototipos de brazos impresos en 3D y controlar su funcionalidad mediante señales musculares. Según detalló, una de las funciones más demandadas por los usuarios no fue desarrollada por los ingenieros, sino propuesta directamente por ella durante las sesiones de prueba. “Si no se escucha al usuario final, no se desarrolla nada útil”, afirmó.
La incorporación de inteligencia artificial en estas prótesis todavía es limitada, pero los desarrolladores ya exploran modelos predictivos para optimizar los gestos y adaptar el funcionamiento a cada patrón neuromuscular. Se trata de avanzar hacia dispositivos verdaderamente responsivos, capaces de aprender del comportamiento cotidiano del usuario y ajustar su comportamiento en consecuencia.
Interfaces cerebro-máquina: del laboratorio al entorno real
La tecnología de interfaces cerebro-máquina (BCI, por sus siglas en inglés) avanza hacia una fase de despliegue público. El proyecto Prometheus, impulsado por la startup francesa Inclusive Brains, combina señales neuronales, expresiones faciales y datos fisiológicos para permitir el control de objetos mediante la actividad cerebral.
Rodrigo Mendes, activista brasileño con tetraplejia, participó en el desarrollo de esta tecnología logrando, con la ayuda de sensores no invasivos, conducir un coche de carreras y portar la antorcha olímpica sin utilizar extremidades. Esta clase de aplicaciones busca demostrar que las BCI no son exclusivamente herramientas experimentales, sino sistemas escalables para aumentar la autonomía personal en casos de discapacidad severa.
Sin embargo, el verdadero reto es colectivo: construir una base de datos abierta, diversa y ética que permita entrenar estos modelos sin reproducir sesgos o vulnerar la privacidad. Para ello, Inclusive Brains ha lanzado una iniciativa de donación de ondas cerebrales, inspirada en los sistemas de donación de sangre. La idea es que los usuarios mantengan el control sobre sus datos, autoricen de forma selectiva su uso, y se garantice su trazabilidad y protección legal.
Gobernanza, equidad y seguridad de datos: los desafíos estructurales
A medida que estas tecnologías se despliegan, surgen también interrogantes estructurales. ¿Cómo se regula la propiedad de los datos cerebrales? ¿De qué forma se previenen usos no autorizados, especialmente cuando los sistemas de IA pueden ser entrenados para inferir emociones, intenciones o capacidades cognitivas?
Leslie Saxon advirtió que la recopilación masiva de datos fisiológicos y neuronales representa un objetivo estratégico para actores con intereses diversos, incluidos gobiernos y entidades comerciales. “Estamos construyendo bases de datos increíblemente atractivas para quienes buscan manipular poblaciones. Es legítimo sentirse inquieto”, señaló.
La necesidad de una regulación específica para datos neuronales fue compartida por varios ponentes, que subrayaron la importancia de establecer marcos éticos vinculantes antes de que los sistemas estén ampliamente desplegados. La seguridad, la interoperabilidad y la soberanía de los datos fueron señaladas como condiciones indispensables para una integración socialmente aceptable de estas tecnologías.
¿Un nuevo ciclo de desigualdad?
La expansión de estas aplicaciones plantea también el riesgo de una nueva brecha tecnológica. Aunque dispositivos como los brazos biónicos de Open Bionics han reducido su coste a la mitad en la última década, siguen siendo inaccesibles para gran parte de la población mundial. Tilly Lockey recordó que su primer brazo funcional tuvo un coste de 36.000 libras esterlinas, una cifra inasumible sin financiación comunitaria.
Ante esto, las estrategias para democratizar el acceso pasan por tres ejes: simplificación tecnológica (por ejemplo, mediante impresión 3D), integración en los sistemas sanitarios públicos y desarrollo de modelos de fabricación descentralizada. En países sin servicios universales de salud, la inclusión de estos dispositivos seguirá dependiendo en gran medida de organizaciones benéficas o del mercado privado.
Escenarios futuros: del cuerpo reparado al cuerpo aumentado
La convergencia entre IA, neurociencia y biomecánica abre el debate sobre una posible evolución hacia el humano aumentado como nuevo estándar. Ya no se trata solo de restaurar capacidades perdidas, sino de optimizar funciones corporales para el conjunto de la población.
Aunque actualmente estas soluciones se desarrollan principalmente con fines médicos o asistenciales, es probable que en un futuro próximo se extiendan a usos generalistas: interfaces neuronales para productividad, prótesis para mejorar el rendimiento físico o mental, dispositivos que modulen la atención o la toma de decisiones.
Si este escenario se materializa, la clave estará en mantener principios de inclusión, regulación transparente y participación activa de los usuarios en el diseño y uso de las tecnologías. De lo contrario, se corre el riesgo de consolidar nuevas formas de exclusión digital y corporal.
Editor en La Ecuación Digital. Analista y divulgador tecnológico con más de 30 años de experiencia en el estudio del impacto de la tecnología en la empresa y la economía.
