Editor en La Ecuación Digital. Analista y divulgador tecnológico con…
En un mundo cada vez más marcado por tensiones tecnológicas y rivalidades geopolíticas, los chips han dejado de ser componentes invisibles para convertirse en piezas centrales del tablero de poder global.
Desde la inteligencia artificial hasta la industria del automóvil, desde las infraestructuras críticas hasta los sistemas de defensa, la dependencia de los semiconductores es hoy un factor que condiciona las políticas industriales, las estrategias diplomáticas y las prioridades económicas de las principales potencias. Así lo analizan Marimar Jiménez y Emilio García, autores del libro Chips y poder, en una conversación reciente emitida en directo con La Ecuación Digital.
La charla abordó las transformaciones profundas que ha generado esta tecnología, el nuevo equilibrio de fuerzas en la era post-silicio y las limitaciones estructurales de Europa —y en particular de España— para asegurar una mínima autonomía digital en un entorno marcado por la aceleración y la incertidumbre.
Hegemonías tecnológicas y economía de la dependencia
El primer gran eje de la conversación fue el paralelismo —más que metafórico— entre los chips y el petróleo. Tal y como explicó Emilio García, fue China quien, a partir de 2013, identificó esta equivalencia estratégica. En aquel momento, el gigante asiático descubrió que importaba más chips que petróleo, lo que supuso un giro decisivo en su política industrial. Consciente de su vulnerabilidad tecnológica, Pekín desplegó entonces una estrategia de desarrollo nacional en semiconductores que continúa intensificándose hasta hoy.
Jiménez señaló que esta transición ha convertido a los chips no solo en un recurso económico crítico, sino también en un activo esencial para la seguridad nacional. Su carácter transversal y su presencia en sectores tan diversos como defensa, cloud computing, automoción o electrónica de consumo hacen de ellos un componente fundamental de la soberanía tecnológica.
Esta constatación se traduce en una carrera global por controlar no solo la fabricación, sino también el diseño, la propiedad intelectual y las materias primas necesarias para los chips avanzados. Y esta carrera no se limita a las potencias tradicionales: países como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos están apostando por la tecnología como nuevo vector de poder, suscribiendo acuerdos estratégicos con EE. UU. para adquirir acceso preferente a los semiconductores de última generación.
Del desinterés a la urgencia: un punto de inflexión global
Aunque el papel estratégico de los semiconductores no es nuevo —los gobiernos los consideran críticos desde los años 50, según recordó García—, su relevancia pública estalló tras la pandemia. Durante la crisis de la COVID-19, el colapso de las cadenas de suministro reveló hasta qué punto economías enteras dependen del acceso fluido a estos componentes. Solo en el sector del automóvil europeo, las interrupciones del suministro de chips supusieron pérdidas estimadas en más de 100.000 millones de euros.
El embargo estadounidense a Huawei en 2018, las sanciones a Rusia tras la invasión de Ucrania o los recientes vetos a las exportaciones de maquinaria de litografía son ejemplos de cómo los chips han pasado a ser instrumentos de presión geopolítica. En este contexto, EE. UU., China y, en menor medida, la Unión Europea han tratado de reforzar sus cadenas de suministro mediante legislación específica. La Chips Act estadounidense y su réplica europea representan intentos asimétricos por recuperar soberanía en esta industria hiperconectada y de alta concentración tecnológica.
Europa ante el espejo: ¿estrategia o reacción?
Los autores fueron especialmente críticos con la estrategia europea. Si bien compartieron la necesidad de políticas públicas activas para impulsar sectores estratégicos, destacaron las carencias estructurales de la Chips Act europea. Frente a los 50.000 millones de dólares de inversión directa del gobierno federal estadounidense, la Comisión Europea apenas movilizó 10.000 millones, confiando en el efecto palanca del capital privado y en aportaciones fragmentadas de los Estados miembros. El resultado: un efecto multiplicador significativamente menor y ausencia de objetivos industriales tangibles.
García y Jiménez coincidieron en que Europa adolece de dos debilidades estructurales. La primera, la falta de empresas líderes en diseño de chips, como sí ocurre en EE. UU. con Nvidia, AMD o Qualcomm. La segunda, la fragmentación política. En lugar de apostar por un modelo conjunto, como el que dio origen a Airbus, los países compiten entre sí para atraer inversiones extranjeras, lo que resta coherencia a la estrategia común.
Además, el peso creciente de partidos euroescépticos y la lentitud administrativa —expuesta en el caso de la inversión fallida de Intel en Alemania— agravan un contexto ya de por sí desfavorable para atraer proyectos de gran envergadura.
¿Es posible una autonomía tecnológica?
A lo largo de la conversación, emergió una pregunta clave: ¿es viable una soberanía digital plena en Europa? Para Emilio García, la respuesta es negativa si se entiende por soberanía un control completo de la cadena de valor. Ni siquiera China —subrayó— lo ha conseguido. Sin embargo, sí es factible una autonomía tecnológica estratégica mediante alianzas confiables, inversión pública sostenida y una reorientación hacia fortalezas específicas.
Marimar Jiménez matizó que, aunque Europa ha quedado rezagada en muchos frentes, todavía puede jugar un papel relevante si concentra recursos en segmentos clave, como la fotónica, el empaquetado de chips o el desarrollo de materiales alternativos al silicio. En este sentido, el ejemplo japonés de Rapidus o el caso de ASML en Países Bajos podrían servir de inspiración.
Ambos coincidieron en la necesidad urgente de reducir la burocracia, acelerar los trámites de ayudas de Estado y mejorar la coordinación entre los distintos niveles de gobierno. También alertaron del riesgo de dejar pasar la oportunidad de liderar las futuras generaciones de chips —cuánticos, fotónicos o con nuevos materiales—, cuya carrera está aún en una fase incipiente.
España: señales de reactivación, pero con cautela
En lo que respecta a España, los autores reconocieron un cierto impulso en los últimos meses con el arranque del PERTE Chip, aunque matizaron que parte de esta dinámica responde más a una recuperación de décadas de inacción que a una estrategia consolidada. Tras el cierre de la fábrica de Tres Cantos, España quedó durante años fuera del mapa global de la microelectrónica.
A día de hoy, iniciativas como Sparc Foundry en Vigo, OpenChip en Barcelona o Wooptix en Canarias están empezando a configurar un incipiente ecosistema nacional. Pero las limitaciones son evidentes. Atraer grandes fábricas de semiconductores parece poco realista, salvo que se garantice una demanda interna sostenida, por ejemplo, en el sector automovilístico. El enfoque del Estado emprendedor —a través de instrumentos de coinversión en lugar de subvenciones a fondo perdido— fue valorado positivamente como una vía para estructurar un ecosistema con retorno público.
La ventana de oportunidad y el giro hacia el futuro
La conversación concluyó con una reflexión clave: la guerra por el dominio de los chips está lejos de resolverse. Más aún, está apenas comenzando. La industria avanza hacia nuevos paradigmas tecnológicos —como los chips fotónicos o cuánticos— en los que el liderazgo global aún no está definido. Es precisamente ahí donde Europa tiene más posibilidades de posicionarse, evitando replicar una carrera que ya va muy por detrás y apostando en cambio por liderar la transición hacia la próxima era tecnológica.
Ambos autores coincidieron en que la incertidumbre será la constante durante los próximos años. Incluso gigantes como Nvidia enfrentan riesgos y desafíos no menores. La clave para Europa, y para España, estará en su capacidad para identificar puntos de apalancamiento, consolidar alianzas fiables y explicar a su ciudadanía que la inversión pública en tecnología no es un gasto, sino una condición de supervivencia industrial.
Europa ante la bifurcación
En un escenario marcado por la hiperaceleración tecnológica, la fragmentación política y la competencia global, Europa se enfrenta a una bifurcación estratégica: o redefine su política industrial y tecnológica con objetivos claros y estructuras adecuadas, o se resigna a un papel periférico en la nueva economía digital. La batalla del futuro no se librará sólo con chips, pero sin ellos no podrá ganarse.
Editor en La Ecuación Digital. Analista y divulgador tecnológico con más de 30 años de experiencia en el estudio del impacto de la tecnología en la empresa y la economía.
