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Darío Gil, el español al frente de la Misión Génesis la mayor apuesta científica de EE UU en IA

Darío Gil, el español al frente de la Misión Génesis la mayor apuesta científica de EE UU en IA

  • El nombramiento de Darío Gil como director de la Misión Génesis de EE UU subraya la fuga de talento científico español y evidencia la falta de estructuras competitivas en Europa.
Darío Gil - Misión Génesis

El anuncio del Departamento de Energía de Estados Unidos situando a Darío Gil como director de la Misión Génesis, el ambicioso proyecto federal para transformar la ciencia mediante inteligencia artificial, ha pasado casi de puntillas en España. Sin embargo, el nombramiento es mucho más que una anécdota biográfica. Muestra, de manera casi quirúrgica, cómo profesionales formados en sistemas educativos europeos acaban liderando infraestructuras críticas del país que más invierte —y arriesga— en I+D del planeta.

Gil, nacido en España y formado en ingeniería antes de completar su carrera académica en el MIT, ya dirigía la división global de investigación de IBM, una de las organizaciones científicas privadas más influyentes del mundo. Ahora coordina un programa federal que aspira a reorganizar toda la investigación científica estadounidense alrededor de plataformas de IA, datos masivos y laboratorios autónomos. No es un cargo simbólico, sino la posición operativa más relevante del proyecto.

Una trayectoria que ilustra un patrón más amplio

La carrera de Gil es representativa de un fenómeno conocido: talento técnico español que desarrolla su potencial lejos de España por la debilidad estructural de nuestro ecosistema científico. No es una cuestión de reconocimiento individual, sino de ausencia de proyectos tractores, infraestructuras capaces de absorber perfiles de alta especialización y marcos de financiación que permitan planificar a largo plazo.

Durante años, España ha producido investigadores con capacidad para liderar programas globales, aunque muchos de ellos —como en la física de partículas, la robótica o la biología computacional— han desarrollado su trabajo en instituciones estadounidenses, británicas, alemanas o suizas. El caso de Gil solo hace visible un fenómeno que se reproduce constantemente en escalas más pequeñas.

Lo llamativo es que este movimiento no se produce por falta de talento disponible, sino por falta de entornos donde ese talento pueda operar.

La antesala del nombramiento: su entrada en el Gobierno en enero

La designación de Darío Gil al frente de la Misión Génesis se entiende mejor cuando se recuerda que su llegada al Gobierno estadounidense no es reciente. En enero, el entonces presidente electo Donald Trump lo nombró Subsecretario de Ciencia e Innovación del Departamento de Energía, un cargo desde el que supervisa la investigación básica en inteligencia artificial, computación cuántica y energías nuclear, fósil y renovable. El anuncio, hecho el 16 de enero en Truth Social, consolidó un giro estratégico: incorporar perfiles con experiencia profunda en investigación industrial a la arquitectura científica federal.

Gil no era un desconocido para Washington. Además de dirigir la investigación global de IBM, formaba parte de la Academia Nacional de Ingeniería de EE UU y había participado en el consejo presidencial de ciencia y tecnología durante el primer mandato de Trump. Su experiencia combinaba liderazgo empresarial, visión científica y una capacidad poco habitual para mover descubrimientos del laboratorio a la industria.

En 2021 ya había visitado la Casa Blanca junto al neurocientífico Rafael Yuste para alertar sobre la rapidez con la que avanzan las interfaces cerebro-máquina. En una entrevista con EL PAÍS, describía un posible futuro en el que la conexión entre el cerebro y sistemas de computación externos podría desencadenar una explosión cámbrica, impulsada por la convergencia de IA, computación cuántica y simulación avanzada. Para Gil, la expansión cognitiva asistida por algoritmos es tan relevante como los riesgos que plantea: pérdida de privacidad mental, usos coercitivos en regímenes sin garantías o interrogatorios capaces de extraer pensamientos.

Aun así, defendía que la neurotecnología puede tener beneficios profundos en pacientes con discapacidad, movilidad reducida o patologías neuronales, siempre que vaya acompañada de un marco regulatorio claro. Su planteamiento era sencillo: el debate ético y normativo debe avanzar al ritmo de la tecnología. Con el nuevo cargo federal —y ahora con la dirección de la Misión Génesis— pasa a tener capacidad real para influir en ese debate desde dentro del Gobierno estadounidense.

Este conjunto de experiencias ayuda a explicar por qué la Administración Trump lo considera una pieza estratégica para un proyecto que aspira a reorganizar la ciencia estadounidense en torno a la IA y la supercomputación.

Estados Unidos ofrece algo que Europa aún no logra igualar

La Misión Génesis es un buen ejemplo del tipo de estructuras que atraen a estos profesionales. Es un proyecto con visión federal, capacidad presupuestaria amplia, acceso directo a supercomputación, datos experimentales, laboratorios nacionales y alianzas con empresas como Nvidia, Dell, HPE o AMD. Combina agilidad ejecutiva y recursos técnicos a una escala que Europa, pese a sus programas comunitarios, no ha conseguido replicar.

Aunque el continente impulsa marcos como el AI Act o iniciativas como EuroHPC, sigue predominando un enfoque regulatorio y fragmentado por países. El contraste es evidente: mientras Washington centraliza y ejecuta, Bruselas coordina y regula. Cada modelo responde a prioridades distintas, pero el resultado práctico es que los grandes proyectos capaces de atraer a científicos líderes suelen surgir al otro lado del Atlántico.

Gil se mueve en un entorno donde los ciclos administrativos son rápidos, los presupuestos flexibles y las colaboraciones público-privadas pueden escalar sin trabas jurisdiccionales. Esa arquitectura institucional, más que los salarios o la visibilidad, es lo que marca la diferencia.

España y Europa: talento abundante, estructuras insuficientes

España ha tratado durante años de impulsar la I+D a través de centros punteros como el Barcelona Supercomputing Center, el Instituto de Ciencias Fotónicas o los centros del CSIC, que han demostrado competitividad internacional en áreas concretas. Pero ninguno de ellos opera con un alcance comparable al del DOE estadounidense o sus laboratorios nacionales.

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Tres factores suelen repetirse cuando científicos españoles explican por qué desarrollan su carrera fuera:

  • Limitación presupuestaria y volatilidad en la inversión
  • Escasas posiciones de liderazgo científico de gran escala
  • Fragmentación entre países y sistemas de investigación

El resultado es una contradicción evidente: España exporta talento que luego importa conocimiento desde fuera, pagando por colaboraciones y transferencia de tecnología generada en instituciones donde trabajan sus propios investigadores.

Lo que la Misión Génesis revela sobre la competencia global por talento

El nombramiento de Gil también señala algo más profundo. Estados Unidos ha entendido que la competición global por la IA no es solo tecnológica, sino humana. Reclutar profesionales capaces de dirigir ecosistemas complejos tiene un valor estratégico equivalente al del hardware o los datos.

Europa, por su parte, avanza más rápido en regulación que en infraestructuras científicas capaces de retener y atraer líderes. La diferencia entre formar talento y aprovecharlo sigue siendo el punto débil.

Una cuestión estratégica, no individual

El caso de Darío Gil no es una historia de éxito personal, sino la evidencia de un patrón estructural: los países que construyen proyectos tractores a gran escala absorben talento internacional; los que no, actúan como formadores.

La pregunta relevante no es por qué Gil dirige la Misión Génesis, sino por qué España y Europa no han construido una infraestructura científica capaz de ofrecerle un proyecto equiparable.

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