El empleo científico en España ha cruzado un umbral simbólico y estadístico. Más de 400.000 personas trabajan ya en ocupaciones vinculadas a la ciencia, un nivel que no se había registrado hasta ahora y que consolida una tendencia de crecimiento sostenido en los últimos años. En el tercer trimestre de 2025, el número de ocupados alcanzó los 414.000, tras aumentar un 3,9% en solo doce meses y un 31% desde 2021, cuando el sector apenas superaba los 316.000 trabajadores.
El dato no llega de forma aislada. Se produce en un contexto de recuperación prolongada del empleo cualificado, impulsada por la demanda de perfiles técnicos, científicos y de apoyo a la innovación en ámbitos tan dispares como la industria, la ingeniería, la alimentación o la administración pública. De acuerdo con el último informe de Randstad Research sobre el mercado laboral en la ocupación de científico, el crecimiento ha sido constante, aunque con ritmos desiguales entre especialidades y territorios.
Bajo la etiqueta de “científico” conviven realidades profesionales muy distintas. La rama con mayor peso es la de Técnicos de las ciencias físicas, químicas, medioambientales y de las ingenierías, que concentra cerca de 161.000 ocupados, el 39% del total. Le siguen los Técnicos de control de calidad, con 93.000 trabajadores, y los Profesionales de las ciencias naturales, que agrupan a casi 80.000 personas. Completan el mapa los Físicos, químicos, matemáticos y perfiles afines, con algo más de 60.000 ocupados, y los Técnicos de las ciencias naturales y profesionales auxiliares, que rondan los 20.000.
Esta distribución refleja una ciencia cada vez más ligada a procesos productivos y de control, más allá del laboratorio clásico o de la investigación académica. La presencia de técnicos especializados supera ampliamente a la de perfiles estrictamente científicos, una tendencia que se ha reforzado con la extensión de estándares de calidad, normativas medioambientales y necesidades de validación técnica en sectores industriales.
Sin embargo, el crecimiento agregado oculta desequilibrios persistentes. El empleo científico sigue siendo mayoritariamente masculino. Los hombres representan el 65% de las plantillas, una proporción que se sitúa doce puntos por encima de la media del conjunto del mercado laboral español. La brecha se reduce en los perfiles de Profesionales de las ciencias, donde las mujeres alcanzan el 51% de los ocupados, aunque esta paridad no se traslada al resto de ramas técnicas.
La estructura de edad introduce otro matiz relevante. Se trata de un sector comparativamente joven. El grupo más numeroso se sitúa entre los 25 y los 34 años, con cerca de 121.000 trabajadores, seguido muy de cerca por el tramo de 45 a 54 años, que supera los 106.000. Esta combinación sugiere una convivencia entre una generación joven que accede al mercado científico y otra más veterana que concentra experiencia técnica y posiciones consolidadas.
No todas las ramas presentan el mismo perfil. En los Profesionales de las ciencias, los menores de 35 años representan el 37% del total, mientras que en los Técnicos de apoyo de las ciencias este porcentaje desciende al 25%. En sentido inverso, el grupo de 45 a 54 años tiene mayor peso en los técnicos de apoyo, donde alcanza el 29%, frente al 20% en los perfiles más orientados a la ciencia profesional. El dato apunta a trayectorias laborales diferenciadas y a posibles retos de relevo generacional en determinadas especialidades.
La distribución sectorial del empleo científico refuerza esta lectura. Entre los Profesionales de las ciencias, la investigación y desarrollo concentra el 20% de los puestos, seguida de los servicios técnicos de arquitectura e ingeniería, con un 12%, y la administración pública, con un 11,6%. En los Técnicos de apoyo de las ciencias, el peso se desplaza hacia los servicios técnicos de ingeniería, las actividades de construcción especializada y la industria de la alimentación. La ciencia aplicada gana terreno frente a la investigación pura, aunque ambas siguen estrechamente conectadas.
El componente nacional del empleo científico es otro rasgo destacado. Más del 90% de los ocupados son españoles, unos 374.000 trabajadores, frente a una presencia extranjera que, incluso sumando la doble nacionalidad, apenas alcanza las 40.000 personas. En los últimos meses, esta diferencia se ha ampliado. Los ocupados españoles crecieron con fuerza en los Técnicos de apoyo de las ciencias, mientras que los extranjeros redujeron su presencia de forma significativa. También en los Profesionales de las ciencias se registró un ligero retroceso del empleo foráneo.
Este patrón contrasta con otros segmentos del empleo tecnológico o digital, donde la captación de talento internacional ha ganado peso. En el ámbito científico, la dependencia del sistema formativo nacional y de las trayectorias profesionales locales sigue siendo determinante, aunque no exenta de debate sobre su impacto en la competitividad y la atracción de perfiles altamente especializados.
En el plano territorial, el mapa del empleo científico presenta una concentración clara. Cuatro comunidades autónomas reúnen más del 60% de los ocupados. Cataluña encabeza el ranking con el 23,3%, seguida de Madrid con el 14,7%, Andalucía con el 12,5% y la Comunidad Valenciana con el 9,8%. El patrón se repite, con ligeras variaciones, tanto en los Profesionales de las ciencias como en los Técnicos de apoyo.
Cataluña lidera también en los perfiles más científicos, con el 21,6% de los ocupados, mientras que Madrid se acerca al 20%. En los técnicos de apoyo, el peso catalán supera el 24%, muy por delante del resto de regiones. Esta concentración responde a la combinación de tejido industrial, ecosistemas universitarios, centros de investigación y presencia de grandes empresas, aunque deja fuera a amplias zonas del país con menor capacidad de absorción de empleo científico.
El avance del sector plantea así una paradoja. Por un lado, el empleo científico alcanza máximos históricos y se consolida como uno de los segmentos más dinámicos del mercado laboral cualificado. Por otro, persisten desequilibrios de género, dependencia territorial y una limitada internacionalización del talento. Valentín Bote, director de Randstad Research, resumía recientemente el momento del sector al señalar que el empleo científico es “cada vez más dinámico, competitivo y consolidado”, aunque advertía del reto de seguir impulsando vocaciones científicas entre los más jóvenes.
La evolución futura dependerá en buena medida de factores externos al propio mercado laboral: la inversión pública y privada en I+D, la estabilidad regulatoria, la capacidad del sistema educativo para generar perfiles técnicos y científicos y la conexión real entre ciencia y tejido productivo. El techo de los 400.000 ocupados marca un hito, pero también abre una nueva fase, menos centrada en crecer y más en sostener, diversificar y equilibrar el empleo científico en España.
Lo que no reflejan las cifras
El crecimiento del empleo científico ofrece una imagen de expansión sostenida, aunque deja fuera algunos elementos que matizan su alcance real. El aumento del número de ocupados no distingue entre trayectorias profesionales estables y empleo vinculado a proyectos de duración limitada, una característica todavía frecuente en determinadas áreas de la investigación y del sector público. La cifra agregada tampoco permite identificar cuántos de estos puestos consolidan carreras científicas a largo plazo y cuántos responden a necesidades coyunturales.
Además, no todo el empleo clasificado como científico está directamente ligado a la investigación y el desarrollo. Una parte relevante del avance se concentra en perfiles técnicos de apoyo, control de calidad o servicios asociados a la industria y la construcción. Son ocupaciones necesarias para el tejido productivo, aunque no implican necesariamente generación de conocimiento o innovación avanzada. Este matiz resulta clave para interpretar el alcance estructural del crecimiento.
Otro aspecto ausente es la relación entre formación y retorno profesional. España mantiene una elevada capacidad para formar científicos y técnicos cualificados, pero el mercado laboral no siempre absorbe ese talento en puestos acordes a su nivel de especialización. La estadística contabiliza empleo, pero no mide si el capital humano se está utilizando de forma eficiente o si parte de él acaba derivando hacia ocupaciones de menor valor añadido.
Tampoco aparece reflejada la dimensión internacional. El predominio del empleo nacional y el retroceso de los trabajadores extranjeros apuntan a un sistema poco atractivo para el talento internacional, en contraste con otros mercados científicos europeos. A esta dinámica se suma la salida de profesionales españoles hacia el exterior, un fenómeno persistente que no queda recogido en los datos de afiliación.
Por último, la fuerte concentración geográfica refuerza desequilibrios ya conocidos. Cataluña y Madrid siguen acumulando la mayor parte del empleo científico, mientras otras comunidades mantienen una presencia marginal. El crecimiento, en este sentido, no corrige las asimetrías territoriales, sino que tiende a consolidarlas.
Las cifras muestran un sector más amplio y con mayor capacidad de absorción laboral. Sin embargo, la cuestión de fondo sigue abierta: si este aumento está fortaleciendo la base científica del país o ampliando un modelo apoyado principalmente en funciones técnicas y en polos ya consolidados. Ese debate, aún pendiente, resulta clave para evaluar la solidez futura del empleo científico en España.
