La inteligencia artificial ha dejado de ser una promesa para convertirse en protagonista estructural de la transformación digital. A lo largo de este año, su presencia ha sido constante en debates regulatorios, decisiones empresariales y usos cotidianos. Según un estudio de Entelgy, el 95% de los españoles ya utiliza herramientas de IA de forma habitual, una cifra que ilustra el grado de penetración alcanzado.
Uno de los hitos más relevantes ha sido la entrada en vigor del Reglamento europeo de Inteligencia Artificial (RIA), que desde el 2 de febrero impone obligaciones concretas a empresas y administraciones. Aunque la propuesta legislativa se remonta a 2021, no ha sido hasta ahora cuando se han empezado a aplicar restricciones y requisitos como la alfabetización digital obligatoria para los empleados que interactúan con sistemas de IA. El reglamento, de aplicación directa en todos los Estados miembros, establece un marco común para reducir riesgos y garantizar derechos fundamentales. En paralelo, España avanza con un Anteproyecto de Ley nacional, aunque su implementación completa no se espera antes de 2027.
Más allá del plano normativo, la evolución tecnológica ha sido igualmente significativa. Los agentes de IA, capaces de ejecutar tareas complejas, tomar decisiones autónomas y aprender de forma continua, han pasado de ser una promesa a una realidad incipiente. No obstante, su adopción masiva aún se enfrenta a barreras estructurales. La falta de cultura del dato, los problemas de interoperabilidad y las exigencias en privacidad ralentizan su despliegue. A esto se suman interrogantes éticos: ¿quién responde por las decisiones de un agente autónomo? ¿Cómo se reparte la responsabilidad entre desarrolladores, usuarios y empresas?
En el ámbito del consumo digital, el cambio más visible ha sido la transformación del buscador. El llamado “Modo IA” de Google, ya disponible en España, ofrece respuestas generadas por inteligencia artificial directamente en la parte superior de los resultados. Esta funcionalidad, que resume información procedente de múltiples fuentes, plantea una disrupción en el modelo económico de la web. Plataformas como Wikipedia o medios digitales pierden tráfico directo, mientras que la atribución de contenido se diluye. Para las empresas, este nuevo escenario obliga a replantear estrategias de posicionamiento y visibilidad online.
El impacto ambiental de la IA también ha ganado protagonismo. Modelos generativos como GPT-5 requieren una gran cantidad de recursos, tanto energéticos como hídricos. Un estudio de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Múnich señala que las emisiones pueden variar hasta 50 veces en función de la complejidad de la consulta. Sin embargo, los avances técnicos permiten cierto optimismo: técnicas como la cuantización y la poda de modelos ya reducen el consumo energético hasta en un 70%, y los nuevos chips diseñados específicamente para IA multiplican la eficiencia. Aun así, crece la demanda de métricas claras, regulación ambiental y una reflexión sobre el modelo de infraestructura tecnológica.
En paralelo, los riesgos asociados a los contenidos sintéticos se han intensificado. Los deepfakes han alcanzado un nivel de realismo que dificulta su detección, provocando incidentes que van desde fraudes por videollamada hasta la generación de imágenes falsas de menores. El Reglamento europeo obliga a etiquetar los contenidos generados por IA y establece sanciones que pueden alcanzar los 35 millones de euros o el 7% de la facturación global. Aun así, los mecanismos de control y verificación siguen siendo insuficientes frente a la velocidad con la que se difunden estos contenidos.
En el terreno de las plataformas, Meta ha integrado su asistente “Meta AI” en WhatsApp, permitiendo a los usuarios generar mensajes, obtener resúmenes o recibir sugerencias dentro de los chats. Aunque la compañía asegura que el cifrado de extremo a extremo se mantiene, la decisión de eliminar todos los chatbots de terceros a partir de enero ha generado inquietud entre desarrolladores y empresas que utilizaban estas herramientas para atención al cliente o automatización.
El ecosistema empresarial también ha vivido avances significativos. OpenAI lanzó GPT-5, un modelo orientado a entornos profesionales, con mejoras en razonamiento, capacidades matemáticas y agentes que pueden actuar en nombre del usuario. La versión 5.1, presentada meses después, refuerza la claridad y personalización de las respuestas. Microsoft, por su parte, integró GPT-5 en su suite Copilot, lo que permite a las empresas utilizar el modelo de OpenAI dentro del entorno Microsoft 365, con garantías de seguridad y privacidad corporativa. Esta integración permite razonar sobre correos, documentos y archivos, facilitando tareas complejas sin salir del ecosistema empresarial.
«En 2025, la inteligencia artificial se ha integrado plenamente en nuestra vida diaria. Su uso habitual está transformando la manera en que trabajamos, consumimos y nos relacionamos, especialmente con la irrupción de la IA agéntica. Aún quedan retos importantes por abordar, pero este es el momento de acompañar a empresas y ciudadanos en su adaptación a este cambio histórico», señala Alfredo Zurdo, Head of Digital Change en Entelgy.
La consultora tecnológica, con presencia en España, Latinoamérica y Estados Unidos, ha identificado estos hitos como parte de su análisis anual sobre el impacto de la IA. Con más de 2.000 profesionales y dos décadas de trayectoria, Entelgy trabaja en soluciones que combinan inteligencia artificial y gestión del cambio, con un enfoque centrado en las personas.
El año 2025 ha dejado claro que la inteligencia artificial ya no es un experimento de laboratorio ni una herramienta reservada a tecnólogos. Su impacto es transversal, y sus implicaciones, tanto técnicas como sociales, apenas empiezan a desplegarse. La regulación, la infraestructura y la cultura digital serán los ejes sobre los que se definirá su evolución en los próximos años.
